viernes, 19 de abril de 2024 00:08h.

La esperanza no se improvisa; por Alberto Barrera Tyszka

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Quienes se sientan frente a una mesa de diálogo esperando ver una pelea de boxeo siempre terminarán decepcionados. Y es muy probable que experimenten rabia, impotencia, indignación. Estaban deseando ver una oreja sobre el ring y, de pronto, aparece un juez algo endeble, demasiado neutro, que casi parece el árbitro de un concurso de alcachofas, leyendo un veredicto que por desgracia también suena endeble, casi neutro, como si hablara de alcachofas y no de la tragedia de un país.

Una mesa de diálogo nunca produce victorias instantáneas. Una mesa de diálogo no es un campo de guerra. Por el contrario, existe justamente porque no se quiere llegar al campo de guerra o porque el campo de guerra ya ha fracasado. Hablar de una mesa de diálogo en términos militares es un poco absurdo. No hay reportes de bajas, no hay sangre. La ceremonia del diálogo es más flexible y más ambigua que la ceremonia de las balas. Esa es su naturaleza. Creer que quienes negocian no cometen errores sino traiciones forma parte también de un moralismo fácil. Paradójicamente, así también se maneja el chavismo: la política como un afecto. El triunfo de la vehemencia sobre el discernimiento.

Escribo esto porque pienso que el liderazgo de la oposición ha cometido grandes errores en el manejo político de la crisis. Pero no por eso creo que haya que sumarse al pensamiento mágico de aquellos que denuncian que ese liderazgo se ha rendido, ha claudicado, es desleal, entreguista, y pacta en secreto con el enemigo. Pienso, más bien, que es muy cómodo ser un héroe invisible y actuar como si el país fuera un videojuego. Los guerreros del Twitter llaman a la calle pero no se mudan de sus teclados. Los devotos de la peregrinación a Miraflores deberían dejar de quejarse y comenzar a marchar: ¿por qué no van?, ¿por qué no se lanzan de una vez con sus pies y con furia hasta el Palacio de Gobierno?, ¿por qué no van y sacan a patadas a Nicolás Maduro?, ¿qué los detiene?

Pero tampoco la tontería de aquellos que se sienten radicales salva a la dirigencia opositora de sus propias equivocaciones. La sensación general de que la mesa de diálogo es un retroceso que solo le da ventajas al Gobierno no es un simple problema de comunicación. Ciertamente, al menos eso creo, tiene mucho que ver con el lenguaje, con la ausencia de un pensamiento y de un lenguaje político articulado en la dirigencia opositora. Con la superficialidad con la que se asume el problema de la comunicación y del lenguaje en la MUD. Pero no es solo eso. También tiene que ver con el desorden de las agendas personales, impuestas cada una como prioridades en el escenario de la crisis. Tiene que ver con la falta de conexión con las angustias reales de los ciudadanos, con sus vivencias y con sus códigos y sus maneras de expresar el descontento y el anhelo de cambio.

Pienso que la élite oficialista también comparte estos problemas. Pero tienen a su favor el Estado, el dinero público y la absoluta falta de escrúpulos. Eso siempre ayuda a la hora de maquillar las divisiones y dar imagen de coherencia. Sin duda alguna, tienen mucho más claro el problema de la comunicación. El oficialismo vive en permanente modo de propaganda. No es difícil predecir cómo manipularán los resultados de la mesa de diálogo para reforzar la retórica en contra de la oposición “golpista y apátrida”. Lo que es asombroso es que, después de 18 años, la oposición siga siendo políticamente tan amateur.

El 20 de octubre se rompió el orden constitucional. Fue un hito. Un día histórico. El día en que el oficialismo decidió que las elecciones no eran el camino. El día en que muchos sectores del país entendieron que había llegado el límite, que el gobierno de Nicolás Maduro no era democrático. Nada de eso está reflejado en el comunicado leído ayer. Ya no parece que estamos luchando por nuestros derechos a elegir y a decidir. Ahora parece que estamos pidiendo permiso para ser democráticos.

Tampoco la Venezuela más urgente aparece en ese comunicado. Detrás de la diatriba discursiva de la ayuda humanitaria o el sabotaje económico, no está la tragedia de la gente. No está toda la dimensión de la escasez, de la inflación, del hambre, de la crisis de la salud, de la violencia…Una de las consecuencias de la mesa de diálogo es la idea general de que, en realidad, el país no está ahí. No tiene demasiado que ver con esas conversaciones. La idea de que quienes conversan son dos élites en pugna, enfrascadas en una vieja confrontación. Pero que están hablando de otra cosa. Que se pelean en un idioma extranjero. Que cada vez tienen menos que ver con aquello que nos pasa día a día.

No esperamos una oreja sobre el rin. Pero tampoco una palabra edulcorada. Una frase dicha sin pensar y con apuro. Una negociación de aficionados. Un juego donde cada quien está tratando de ganar su propio partido. Hace casi un año, por fin, la oposición logró realmente convertirse en una propuesta de futuro. En una ilusión colectiva. Puede dejar de serlo. La esperanza no se improvisa.

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