viernes, 29 de marzo de 2024 07:34h.

Una entrevista con Octavio Lepage (en torno a la Venezuela del futuro)

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A propósito de la muerte del veterano político retirado Octavio Lepage, recordamos este trabajo publicado por El Estímulo y escrito por Fedosy Santaella:  “El país que ha de venir no puede, no debe olvidar a sus clases necesitadas. Nuestros próximos políticos no pueden dejarse llevar por las autocomplacencia del poder, tal como justo en estos momentos está ocurriendo… de nuevo”.

Hace poco escuché a Octavio Lepage en una entrevista en la radio. La periodista, si no me equivoco Shirley Varnagy, le preguntó en cierto momento qué errores habían cometido los adecos y los copeyanos. Ya a estas alturas de su vida, Lepage puede decir lo que se le antoje y, sobre todo arrepentirse; de modo que, sin dudarlo, aquel viejo político le respondió a la periodista que el poder es autocomplaciente, que aleja a los políticos de la realidad, de la gente. Aceptó que se habían olvidado de los más necesitados y que, por esa rendija, luego enorme agujero, se habían metido los hacedores de la antipolítica que se dieron a la tarea de desprestigiar las estructuras de la democracia y, por supuesto, a sus líderes.

La periodista también le preguntó por algún error del pasado en el quehacer político de los partidos, Lepage respondió que uno de los que él consideraba de lo más graves cometidos por Acción Democrática y Copei fue el ataque sin medida al que ellos mismos se sometieron durante muchos años. Es decir, los adecos atacaban a los copeyanos y los copeyanos a los adecos como verduleras de patio, sin auto restricción ninguna. El viejo zorro arguyó que tales acusaciones indiscriminadas terminaron socavando la confianza de la gente. ¿Cómo la gente podía confiar en sus políticos si entre ellos mismos se llamaban de la peor manera y se acusaban de la peor manera?

Octavio Lepage ha dicho acá dos grandes cosas que, creo yo, los políticos y los venezolanos en general debemos considerar para el futuro de una Venezuela post-chavista o post-madurista (si tal cosa como el madurismo existe). Dos cosas sí, para nuestro futuro (que algún momento será, más tarde o más temprano), pero que debemos empezar a pensar desde nuestro presente. Incluso a ejercitar y a convertir en hábito desde ya.

¿Hacia qué sociedad vamos? ¿Hacia qué gobierno vamos?

¿Qué hemos aprendido de estos años?

¿Qué podemos aprender de los políticos de antes de la revolución?

Las palabras de Lepage asomaron, a mi parecer y como ya señalé, dos ideas fundamentales. La primera, nuestros gobernantes democráticos —democráticos— por venir, deben tener siempre presentes a los más necesitados. No existe un país libre, sin gente necesitada. El mismo Berlin, faro del pensamiento liberal, lo acota en Dos conceptos de libertad:

Es verdad que ofrecer derechos políticos y salvaguardias contra la intervención del Estado a hombres que están medio desnudos, mal alimentados, enfermos y que son analfabetos, es reírse de su condición; necesitan ayuda médica y educación antes de que puedan entender qué significa un aumento de su libertad o que puedan hacer uso de ella. ¿Qué es la libertad para aquellos que no pueden usarla? Sin las condiciones adecuadas para el uso de la libertad, ¿cuál es el valor de ésta?

El país que ha de venir no puede, no debe olvidar a sus clases necesitadas. Nuestros próximos políticos no pueden dejarse llevar por las autocomplacencia del poder, tal como justo en estos momentos está ocurriendo… de nuevo. Lepage tiene razón: ese es el mayor error que puede cometer cualquier gobierno y, sobre todo, la democracia, incluso la teñida de ideas liberales. No obstante, también creo que el país por venir debe desterrar el concepto —realmente clasista—, del pueblo como un grupo numeroso de personas desprotegidas, infantiles casi, que necesitan la absoluta protección del Estado. La Venezuela por venir, creo yo, no debe dejar a un lado la cuestión social, pero tampoco debe convertirse en el proveedor paternal que, bajo la excusa de la tutela al pobre indefenso venezolano, anula toda libertad de pensamiento, u erradica, por lo tanto, el desarrollo.

En segundo lugar, pienso que las palabras del señor Lepage, esas palabras, como ya dije, de un viejo político que ya no tiene nada que perder diciendo verdades, también nos llevan a pensar en lo que estamos haciendo con los insultos, con la manera en cómo estamos dirigiendo nuestros discursos, no sólo contra el gobierno, sino contra nosotros mismos, que es lo peor.

¿Qué decimos de nosotros mismos?

¿Cómo nos tratamos?

Las palabras pueden crear grandes cosas, como las obras de teatro de Shakespeare o las novelas de García Márquez, pero las palabras también destruyen, las palabras también podrían pulverizarnos.

Lepage lo advierte, él lo vio, él lo sintió, él lo supo: las descalificaciones, los insultos, la saña no ayuda en nada a la política. Y sí, la política bien entendida debe ser discusión, debate acalorado, duro, pero llegar a los extremos del discurso agresivo que ha llegado la revolución contra los que se les opone, no es sano. No soy un santo, no soy eunuco, pero tampoco soy un loco, y esto es en lo que creo.

Eso sí, inteligentes han sido los de esta facción que nos gobiernan: no se insultan (hasta el momento) entre ellos, sino que insultan al otro, al enemigo. En ese sentido, el chavismo ha sido sano. El problema tampoco está, si se quiere ser un tanto relajado con esto, en el opositor que responde de igual manera contra el discurso oficilista que lo agrede. El problema está entre los opositores que han empezado a insultarse, a agredirse, a descalificarse, a menospreciarse. Y ahora, dejando a un lado las permisividades, ¿de dónde cree usted que salió ese juego de insultos? De la idea general que ve el insulto y la descalificación como un juego político justificable. Esa idea, ya lo vimos, según Lepage, ha sido heredada de los juegos políticos del pasado y, por supuesto, de la idea política del enemigo de la actual revolución. Somos hijos de una lamentable fórmula del insulto por partida doble. Esa fórmula, a mi modo de ver, debería dejarse a un lado en nuestro presente, y debería considerarse con suma delicadeza para la Venezuela que vendrá.

¿O acaso el pasado no nos enseña nada? ¿O acaso de nada vale ese breve espacio que se le ha dado a Octavio Lepage, un señor, cabe decir, que nunca fue de mis simpatías? ¿De nada sirve la mirada de un político del pasado que reconoce, piensa y analiza parte de los errores que nos llevaron a este descalabro? Yo no sé usted, pero creo que deberíamos pensar lo que dijo, tomarlo en serio. Así opino porque, quizás, la Venezuela del futuro se encuentre más cerca de lo que creemos, y si no la atrapamos a tiempo, seguirá del largo, y nos quedaremos de nuevo con lo mismo, con el mismo «pueblo indefenso que está pasando hambre» y con la misma diatriba caótica de los descréditos gratuitos y del insulto demoledor.

(Este texto fue publicado por primera vez el 5 de noviembre de 2015)